viernes, 28 de junio de 2013

DESCUBRA CÓMO FRANCO COMANDÓ LA LLAMADA "TRANSICIÓN DEMOCRÁTICA"



"El franquismo no es una dictadura que finaliza con el dictador", comienza diciendo con una acertada precisión Alfredo Grimaldos en su libro "Claves de la Transición (1973 -1986), (Edit Peninsula)   "sino una estructura de poder específica que integra a la nueva monarquía".
Y, en efecto, a lo largo de las páginas de este pequeño libro de bolsillo, una excelente y didáctica lección de historia, se describe cómo durante la Transición nunca se llegó a producir  un corte histórico en relación con el régimen de Franco. Y es que durante ese periodo no hubo ningún tipo de depuración del aparato de la dictadura. Muy al contrario, fueron los políticos comprometidos históricamente con el Estado franquista los que se encargaron de dirigir "el cambio", de amañarlo en consonancia con los intereses de las clases dominantes y de diseñar el aparato del Estado para su perpetuación. Los policías, jueces y militares de la época de la dictadura continuaron en sus puestos y ascendiendo en el escalafón en la recién estrenada "democracia".
"Los mandos del Ejército que ejercieron de oficiales con Franco - escribe  Grimaldos -   incorporan nuevas estrellas a sus bocamangas al amparo de la Monarquía, los implacables jueces del Tribunal de Orden Público prosiguen su ascenso en los nuevos tribunales de excepción que surgen, y los torturadores de la antigua Brigada Político-Social mantienen sus siniestras trincheras en los sótanos de la Dirección General de Seguridad. El habitual "aprobado por aclamación" de las Cortes franquistas se sustituye por el sacrosanto "consenso" y el silencio oficial sigue apoderándose de muchos asuntos esenciales de la vida política ".
A partir de entonces, el conjunto del aparato mediático español - la televisión, la prensa , una voluminosa cantidad de libros e infinidad de suplementos impresos -  se  encargan de reescribir la  historia de lo que había sucedido en los años postreros de la dictadura , de mitificar la mentira, de otorgar  un protagonismo inmerecido a los que llamaron los " padres de la democracia", procediendo  al maquillaje quirúrgico  de sus sinuosas  trayectorias biográficas. Sin embargo, la realidad  - escribe Grimaldos - es que los  auténticos protagonistas de la Transición no fueron los políticos profesionales, sino los detenidos y torturados, los miles de encarcelados y, sobre todo, los luchadores muertos.
Con mucha razón, Grimaldos escribe que la imagen oficial de la Transición "se construyó sobre el silencio, la ocultación, el olvido y la falsificación del pasado". Algo perfectamente comprensible, al ser los propios franquistas quienes diseñaros el "cambio" y se repartieron los papeles en la obra cuya dirección asumieron.
"POLICÍAS BUENOS -  POLICÍAS MALOS", O CÓMO LA IZQUIERDA FUE CONVERTIDA EN CUSTODIA DEL PODER
La Transición se convirtió en la metáfora de un interrogatorio policial. Eso que los funcionarios de la Brigada Político-Social sabían hacer a la perfección. Para reforzar sus proyectos, los reformistas provenientes de las filas del franquismo ejercen ante la sociedad de "policías buenos". Piden constantemente sumisa colaboración a los opositores "sensatos" y "prudentes" Y  ese llamamiento lo acompañan con una clara amenaza: si no se cumplen los requisitos que exige la mesura,  pueden intervenir los incontrolados "policías malos",  imponiendo el orden manu militari. Y eso, decían, será  peor para todos. Ese sistema policial de presión es  muy conocido  por todos aquellos que pasaron por las comisarias de la dictadura. Durante los años de la llamada transicion democrática  ese fue el espantajo que se exhibía para amedrentar a los más rebeldes. Paradojicamente lograron meter miedo con la dictadura cuando esta funcionaba con tanto o más rendimiento que durante los últimos años de la vida del dictador.
El reformismo franquista, que tiene como vocación su perpetuación en el poder,  es consciente   de que  es imprescindible cambiar algunos elementos de la estructura política  de la Dictadura. No obstante  estará  dispuesto  a hacerlo solo - escribe Grimaldos - después de haber desactivado previamente al enemigo. La dictadura aún podía continuar conteniendo, hasta cierto punto, el empuje del movimiento de masas. Pero  las dificultades para lograr este objetivo iban a ser cada vez  mayores, y ello se podía lograr  solo pagando el  alto precio  de un mayor  aislamiento exterior de la clase dominante, que necesita del exterior para sobrevivir.
En 1973, el "opositor" monárquico Joaquín Satrústegui, que cuatro años más tarde se convertirá en senador por designación real en las primeras Cortes elegidas en las urnas, en unas declaraciones en Roma traza con precisión  cuál debe ser el camino a recorrer para que pueda cumplirse  "operación  Lampedusa", es decir, cambiar algunas cosas para que nada de lo esencial sea sometido a cambios. "Esta táctica [sic] no tendría razón de ser - declara Satrústegui -si no existiera una oposición reformista, con la ayuda de la cual debemos tratar de controlar y evitar la movilización mayoritaria y la situación que se podría dar después como consecuencia de ella". Y añade proféticamente : "Hay que domeñar, a costa de lo que sea, a los comunistas, sobre todo, y, más importante aún, hay que integrar a sus dirigentes en nuestro proyecto, para que sean ellos mismos los que controlen y eviten la violencia de las huelgas y las revueltas estudiantiles, sobre las que tienen una gran autoridad e influencia. Hay que evitar a toda costa que se proclame la República de nuevo".
Santiago  Carrillo, por entonces indiscutido Secretario General del PCE, entendió perfectamente el mensaje y pronto acabó aceptando la Monarquía y haciendo de policía desmovilizador en su importante área de influencia. Por orden de su Secretario general y por primera vez en la historia, las bases del PCE se ven obligadas a enarbolar la bandera de la monarquía borbónica, la misma que presidía los Consejos de Guerra franquistas, y también a enfrentarse con quienes se empeñan en seguir esgrimiendo la enseña tricolor. En más de una ocasión se puede ver a curtidos militantes comunistas cumplir esa insólita y amarga misión con los ojos empañados: "Por favor, compañero, vamos a intentar que no haya problemas... Tengo que hacer esto por disciplina de partido, entiéndelo".
LA LIQUIDACIÓN DE MOVIMIENTO POPULAR Y EL NACIMIENTO DE LA PARTITOCRACIA
Durante ese periodo, el movimiento popular afronta  peligrosos pulsos en la calle, enfrentándose contra las fuerzas policiales, con el objetivo de provocar  la ruptura democrática. Pero los franquistas renovados tienen claro que para que triunfe la reforma controlada hay que acabar con la resistencia organizada y buscan establecer un "consenso" con las direcciones de los grupos que tienen mayor influencia en la izquierda. No obstante, no  resulta facil  desmontar las estructuras populares que se han ido creando durante los dos ultimos decenios de la dictadura.  En la  liquidación de los movimientos populares estará  el origen de la partitocracia corrupta que se acaba imponiendo  El sistema electoral diseñado y el propio funcionamiento del Congreso de los Diputados contribuirán decisivamente a provocar una ruptura definitiva  entre los políticos profesionales y sus votantes.
La  Junta Democrática, el organismo unitario presentado en París en 1974, con el auspicio del PCE, va  perdiendo brío   a medida que la Transición avanza. Se renuncia a la "formación de un gobierno provisional"; la "amnistía total" se consigue gracias a manifestaciones populares convocadas sin el apoyo de los partidos mayoritarios de la oposición. Las  calles se tiñen con la sangre de muchos jóvenes estudiantes y obreros. La reivindicación  de la "independencia judicial" es definitivamente olvidada.  Asimismo,   la exigencia de la Junta Democrática de "una consulta para elegir entre monarquía o república", desaparece  de las reivindicaciones clave de ese organismo unitario.
Las  amenazas de golpe de Estado son una constante durante la Transición. El fantasma de la involución convierte en "salvadores" del proceso de cambio a los reformistas del franquismo y al propio Rey.  García-Trevijano, uno de los fundadores de la Junta Democrática, en su libro "El discurso de la república", escribe: "Cuando se propaga el temor social a un peligro inexistente es porque la clase o el partido gobernante están en peligro real de perder el poder. Y echando sobre el pueblo el miedo propio consiguen una nueva legitimación para seguir dominándolo. Esto sucedió al final de la dictadura, con la cínica propaganda de un peligro irreal de guerra civil, para justificar el consenso moral de la transición contra la ruptura democrática".
Las propias direcciones de los grandes partidos, que ya buscan su propio espacio en el sistema , propagan  el mensaje de que es necesario un pacto entre las fuerzas  democráticas con el régimen franquista  con el objetivo  de impedir una nueva guerra civil o un golpe militar, Todo ello se argumenta cuando el poder lo continúan  detentando quienes han desempeñado papeles claves durante los casi 40 años de dictadura . La Transición democrática se convierte, pues, en el silencio de los corderos.
LOS PACTOS DE LA MONCLOA
El primer gran acto de consenso "oficial", después de las elecciones generales de 1977, lo constituye la firma de los Pactos de La Moncloa, que incluyen   acuerdos de contenido político y  económico, suscritos en  octubre de 1977. Dentro de la lógica habitual del suarismo, la ceremonia de rubrica, encabezada por el presidente del Gobierno, es solemnemente retransmitido en directo por RTVE.  El peso de los acuerdos - en la práctica un plan de estabilización - recae sobre los trabajadores y ello provoca numerosos brotes de protesta.
Los Pactos suponen la cesión de numerosas conquistas obreras conseguidas a lo largo de decenios de lucha. Se imponen topes salariales muy por debajo del aumento del índice del coste de la vida, y además se aplican con carácter retroactivo. También se facilita el despido.
A partir de entonces, la debilidad del movimiento obrero es cada vez mayor. Aquí se marca el punto de inflexión entre el sindicalismo reivindicativo y la burocratización subsidiada por el propio Estado.
Santiago Carrillo defiende la necesidad de apoyar los Pactos, porque "el peligro que se cierne sobre la democracia", y uno de los suyos, Caries Navales, destacado sindicalista de CCOO en el Baix Llobregat, añade años más tarde: "A la clase obrera española hay que reconocerle que priorizara la necesidad de consolidar la democracia, aunque ello fuera a costa de perder muchos puestos de trabajo". Las cifras son reveladoras: el número de ocupados españoles, 12,5 millones en 1977, desciende continuamente durante los doce años siguientes.
El que fuera ministro de economía de Suárez,  José Luis Leal,    agradece a los dirigentes de la izquierda su labor de neutralización del movimiento obrero, en un artículo publicado en El País, el 25 de octubre de 2002, con motivo del 25 aniversario de los Pactos: "El compromiso de los líderes políticos del momento hizo posible la neutralización política de los previsibles efectos sociales del ajuste económico".
Se producen paros y manifestaciones en rechazo de los acuerdos y, como es habitual durante la Transición, las intervenciones de la policía provocan numerosos heridos.  Cada nueva muerte provocada por la ultraderecha o por la represión policial lanza a la gente a la calle y, paralelamente, arroja cada vez más en brazos del franquismo reciclado a Carrillo y otros representantes de la oposición.
La táctica de los reformistas pertenecientes al aparato del Estado franquista, empeñados en desactivar al enemigo, funciona a la perfección. Al final, no hay ruptura, ni corte histórico, ni depuración de los aparatos represivos. Franco, a través de sus más directos herederos - el Rey, Suárez, Martín Villa... -  es el  que realmente comanda la operación de la denominada "Transición demócrática". Con el beneplácito de los políticos opositores, -PSOE, PCE, PSP…  se corre el telón sobre las innumerables víctimas del ilegítimo régimen militar sangrientamente nacido del 18 de julio de 1936.


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