jueves, 12 de diciembre de 2013

El Stanbrook, los últimos exiliados de la República



Desde el Puerto de Alicante, último reducto del régimen republicano, zarpó el último barco con exiliados con un pasaje de 3.028 personas. Su destino fue la costa de Orán. Muchos de ellos acabaron en campos de concentración franceses en Argelia y, después, luchando por la liberación de Francia en la División Lecrerc.
Helia González tenía cuatro años y tres meses el 28 de marzo de 1939. A pesar de su corta edad en aquel momento y de sus 77 años actuales, recuerda cada detalle de todo lo que sucedió durante aquellos días: los últimos suspiros de la República. Las tropas de Franco avanzaban desde Almería con destino Alicante, mientras que las columnas de Mussolini llegaban por el norte. Alicante estaba acorralada. Decenas de miles de personas iban llegando al puerto para escapar de lo que se convertiría en una ratonera. Helia consiguió entrar en la última vía de escape junto a su familia: el Stanbrook. “Nada más salir comenzaron a caer bombas donde estaba atracado el barco. Eran los italianos”, recuerda Helia a Público.
Con la dimisión del presidente Azaña, la huida de la flota republicana en Cartagena y la sublevación del coronel Casado en Madrid que había provocado la caída y el exilio del Gobierno de Negrín, los puertos de la costa levantina -y en especial Alicante- se convirtieron en la última esperanza de todos los combatientes republicanos, o simpatizantes, que pretendían huir de España para escapar de la represión. A lo largo del mes diferentes navíos como el Marionga o el African Trader zarparon rumbo al norte de África, así como numerosos barcos pesqueros que partieron desde los puertos de El Campello, La Vila Joiosa, Santa Pola y Torrevieja.
Helia, que tenía cuatro años, viajó junto a su familia en el Stanbrook
El padre Helia llegó el mismo día 28 de marzo del frente de batalla. Vivían en Elche. Su padre llegó alterado y ordenó a todos que había que huir. Las tropas de Franco y Mussolini estaban llegando. “Recuerdo cómo mi madre preparó una tortilla de patatas con un solo huevo para los cuatro. Era la única comida que teníamos y la tuvimos que compartir en el barco con otra familia que no tenía absolutamente nada”, cuenta Helia.
La familia de Helia llegó a Alicante al anochecer. En unas horas, a las 23 horas, zarparía el penúltimo barco del exilio. Unos minutos después lo haría el Marítime, con 32 autoridades republicanas de la provincia, dejando ya en los muelles a una multitud desesperada, atrapada en la ratonera del puerto alicantino. En el Stanbrook, un viejo carguero inglés comandado por el capitán Archival Dickson, 3.028 personas, entre ellos 147 niños, encontraron una salida. Otras decenas de miles no encontrarían esta salida.
El escritor Eduardo de Guzmán, que quedó en el puerto, escribiría en su cuaderno: “Continúan los suicidios. En la parte exterior del muelle dos cadáveres flotan junto al rompeolas. Un individuo que pasea por el muelle con aparente tranquilidad se pega un tiro en la cabeza. Otro muchacho se pega un tiro y la bala después de atravesar su cuerpo hiere mortalmente a un viejo de pelo blanco. Dos días más y el fascismo no tendrá nada que hacer porque nos habremos matado todos”.
22 horas de viaje
Con más del doble de pasajeros de los permitidos, el Stanbrook zarpó rumbo a Orán. Helia recuerda como el capitán Dickson, el único que se apiadó de los vencidos, permitió que entrara todo el mundo posible al barco desobedeciendo las órdenes de seguridad y ordenó a los presentes que nadie se moviera durante el viaje por peligro a desestabilizar el barco. “El trayecto fue infame. Llovió y no teníamos con qué cubrirnos. Tampoco podíamos ir al aseo. La embarcación tenía solo dos aseos y éramos más de 3000,y allí se había refugiado un montón de gente. Hice mis necesidades en la cubierta”, rememora.
A bordo del barco también estaba el abogado José Escudero, gobernador civil de Salamanca, Zamora y Granada a lo largo de la II República. Su nieto, Paco Escudero, ha recuperado parte de su memoria en la obra Pasajero 2.638. Nada más desembarcar en Orán, José escribió una carta a su mujer describiendo el viaje:
“A las 22 horas de salir llegábamos a Orán y en un puerto hemos pasado los 8 peores días de mi vida. Pasábamos el día y la noche como borregos, unos encima de otros, sin comida apenas, con agua escasa. ¡Un horror! Anteayer desembarcamos unos cuantos, ayer lo hicieron otros y hoy y en días sucesivos terminarán con los que quedan”.
Destinos múltiples
La suerte de los más de 3000 pasajeros fue muy dispar. Las autoridades francesas comenzaron una caza de comunistas que tendría por objetivo reclutar en campos de concentración a aquellas personas que consideraban revolucionarias. El diputado francés de extrema derecha Albert Sedró llegó a pedir en el Parlamento que mandaran a los portadores del germen revolucionario a una isla al fondo del Pacífico.
Dos mil refugiados  fueron obligados a construir las vías del tren transahariano
Miles de españoles acabaron en campos de concentración con el objetivo de construir el imposible tren transahariano. Proyecto francés que arrancó en la I Guerra Mundial con presos alemanes como mano de obra y que continuaría al borde de la II Guerra Mundial con la mano de obra española.
El investigador José Aurelio Romero ha recopilado la vida de Ramón Vías, miembro del pasaje del Stanbrook, que terminó en un campo de concentración. “Estuvo en celdas de castigo y se erigió en dirigente de la oposición dentro de los campos, por lo que fue condenado a muerte por los franceses”, cuenta Romero a Público. Afortunadamente para Vías, la II Guerra Mundial ya había comenzado y los estadounidenses llegaron al norte de África para luchar contra el régimen frances títere de Hitler, la Francia de Vichy.
“Tras su liberación viajó por Túnez hasta que consiguió entrar en patera a España por Nerja en un viaje de dos noches y un día. Se refugió en las montañas de Málaga donde trató de reunificar a los guerrilleros”, relata Romero. Dos años más tarde, Vías fue detenido por el régimen de Franco y encarcelado en la prisión de Málaga, de donde consiguió escapar pocos días después.
“Como Vías tenía el cuerpo destrozado de las palizas recibidas en prisión no pudo refugiarse en las montañas. Se quedó en una chabola en las afueras y a los 25 días la Policía lo pilló. Cercaron la casa. Lo mataron a él, a sus dos escuderos y al dueño de la casa”, señala.
De comerciante a artista en Argelia
José Escudero tal y como relata en su carta fue a parar a un antiguo almacén de trigo junto a otros centenares de refugiados donde pudo “lavarse y afeitarse”. En este punto la familia perdió el contacto con él. Sólo saben que viajó hasta París y de ahí a México, desde donde retornó a España en el año 1951.
Helia y su familia sobrevivieron en Argelia como actores en un compañía de teatro
Helia fue a parar junto a su madre y su hermana de apenas unos meses a la cárcel del cardenal Cisneros. “Allí siempre escoltados por la guardia de senegaleses, nos ducharon y nos desinfectaron. Luego nos llevaron a un lugar cercano que era una especie de colonia para colegiales. Aún estaba en construcción y a menudo había explosiones para sacar piedra de la tierra. Con cada explosión cundía el pánico”, recuerda.
Tiempo después, un familiar de su madre que había emigrado a Argelia antes de la guerra fue a recogerlos y la familia se trasladó a la ciudad de Sidibel-abbesh. “Solamente se podía salir de los campos si alguien iba a buscarte. Conocimos a una señora muy mayor, madame Martínez, que consiguió sacar a todos los Martínez alegando que eran todos hijos suyos”, rememora.
El destino tendría depararía una sorpresa más para la familia de Helia. En Argelia operaba una compañía de teatro español que había quedado dividida en dos, como España, tras el golpe de Estado de los militares. “La compañía estaba formada por dos familias. Los Salgueron se volvieron a España y la familia Pineda vino a buscarnos para completar la compañía”, apunta.
Los siguientes ocho años Helia y su familia recorrieron cada una de las poblaciones de Argelia con la compañía de teatro español. “No iba al colegio, ni tenía casa fija. Viajábamos en carros, a pie o en autobuses cargados hasta la baca. Actuábamos en patios de colegio, en las salas de bar, en los patios de las casas, etc.”, señala esta señora, que recuerda que la obra que más gustaba al público era Tierra Baja de Angel Guimerà.
En julio de 1949 la familia consiguió regresar a España y rehacer su vida. Tras la decepción de que el fin de la II Guerra Mundial no trajera la democracia en España, Helia recuerda como su padre vivía con la ilusión de que la muerte de Franco trajera “nuevos aires a España”. Su padre vivió para ver a Franco morir, pero pronto se dió cuenta, recuerda esta mujer, que la democracia “no cambiaría nada”. “La cosa estaba atada y bien atada”, sentencia.
La liberación de Francia
De los campos de concetración de españoles en el norte de África salieron los republicanos de la nueve, un pelotón que se unió a la División Lecrerc. En el verano de 1944 esta división llegó a Francia y tras diversas incursiones consiguió llegar a París. El 24 de agosto de 1944 la 2ª División blindada comandada por el general Leclerc, recibe la orden de avanzar hacia París. El grueso de su compañía, la novena del tercer regimiento de marcha del Chad, la formaban republicanos españoles que habían estado en los campos de concentración de Argelia, muchos de ellos también pasajeros del Stanbrook.
El teniente Granell y sus hombres liberaron París con Madrid en la memoria El teniente Amadeo Granell, pasajero 2.073, capitaneó la avanzadilla que entró en París con vehículos semiblindados bautizados con nombres como la guerra de España. Llegó a la plaza del Ayuntamiento y anunció a los parisinos refugiados en el Consistorio que eran una avanzadilla de la División Lecrerc.
“La plaza se había llenado de gente. Se cantaba, se daban vivas extentorias, se bailaba, nos besaban. Lloraban de alegría. Era la libertad. Jamás me he sentido tan emocionado. Se entonó una marsellesa, yo quise cantar pero no pude. Se me puso un nundo en la garganta. No quería pestañear para que las lágrimas que se me agolpaban en los ojos no se me derramaran sobre las mejillas. País liberado, ¡qué alegría! Yo sin poderlo evitar pensaba en Madrid y en España.
El 25 de agosto De Gaulle presidió el desfile de la liberación. Las banderas de la República española estuvieron presentes en la ceremonia. Después, La Nueve fue hasta Alsacia y Lorena y marchó hacía el escondite de Hitler, pero ya no estaba allí. El nazismo ya había sido derrotado. Los pensamientos de estos soldados se dirigían a España y el franquismo. Pero la esperanza pronto se tornó frustración y las promesas cayeron en el olvido. El espíritu de la liberación llegó hasta los Pirineros.

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