sábado, 31 de enero de 2015

Carta del Jefe Indio Noah Sealth en 1854 al presidente Franklin



En el año 1854 el jefe indio Noah Sealth  respondió de una forma muy especial a la propuesta del presidente Franklin Pierce para crear una reserva india y acabar con los enfrentamientos entre indios y blancos. Suponía el despojo de las tierras indias. En el año 1855 se firmó el tratado de Point Elliot, con el que se consumaba el despojo de las tierras a los nativos indios. Noah Sealth, con su respuesta al presidente, creó el primer manifiesto en defensa del medio ambiente y la naturaleza que ha perdurado en el tiempo. El jefe indio murió el 7 de junio de 1866 a la edad de 80 años. Su memoria ha quedado en el tiempo y sus palabras continúan vigentes.

"¿Cómo se puede comprar o vender el firmamento, ni aun el calor de la tierra? Dicha idea nos es desconocida.
Si no somos dueños de la frescura del aire ni del fulgor de las aguas, ¿Cómo podrán ustedes comprarlos? 
Cada parcela de esta tierra es sagrada para mi pueblo. Cada brillante mata de pino, cada grano de arena en las playas, cada gota de roció en los bosques, cada altozano y hasta el sonido de cada insecto, es sagrada a la memoria y el pasado de mi pueblo. La savia que circula por las venas de los arboles lleva consigo las memorias de los pieles rojas.
Los muertos del hombre blanco olvidan su país de origen cuando emprenden sus paseos entre las estrellas, en cambio nuestros muertos nunca pueden olvidar esta bondadosa tierra puesto que es la madre de los pieles rojas. Somos parte de la tierra y asimismo ella es parte de nosotros. Las flores perfumadas son nuestras hermanas; el venado, el caballo, la gran águila; estos son nuestros hermanos. Las escarpadas peñas, los húmedos prados, el calor del cuerpo del caballo y el hombre, todos pertenecemos a la misma familia.

Por todo ello, cuando el Gran Jefe de Washington nos envía el mensaje de que quiere comprar nuestras tierras, nos está pidiendo demasiado. También el Gran Jefe nos dice que nos reservara un lugar en el que podemos vivir confortablemente entre nosotros. Él se convertirá en nuestro padre, y nosotros en sus hijos. Por ello consideraremos su oferta de comprar nuestras tierras. Ello no es fácil, ya que esta tierra es sagrada para nosotros.
El agua cristalina que corre por los ríos y arroyuelos no es solamente agua, sino que también representa la sangre de nuestros antepasados. Si les vendemos tierras, deben recordar que es sagrada, y a la vez deben enseñar a sus hijos que es sagrada y que cada reflejo fantasmagórico en las claras aguas de los lagos cuenta los sucesos y memorias de las vidas de nuestras gentes. El murmullo del agua es la voz del padre de mi padre.

Los ríos son nuestros hermanos y sacian nuestra sed; son portadores de nuestras canoas y alimentan a nuestros hijos. Si les vendemos nuestras tierras, ustedes deben recordar y enseñarles a sus hijos que los ríos son nuestros hermanos y también los suyos, y por lo tanto, deben tratarlos con la misma dulzura con que se trata a un hermano.

Sabemos que el hombre blanco no comprende nuestro modo de vida. Él no sabe distinguir entre un pedazo de tierra y otro, ya que es un extraño que llega de noche y toma de la tierra lo que necesita. La tierra no es su hermana, sino su enemiga y una vez conquistada sigue su camino, dejando atrás la tumba de sus padres sin importarle. Le secuestra la tierra de sus hijos. Tampoco le importa. Tanto la tumba de sus padres, como el patrimonio de sus hijos son olvidados. Trata a su madre, la Tierra, y a su hermano, el firmamento, como objetos que se compran, se explotan y se venden como ovejas o cuentas de colores. Su apetito devorara la tierra dejando atrás solo un desierto. No sé, pero nuestro modo de vida es diferente al de ustedes. La sola vista de sus ciudades apena la vista del piel roja. Pero quizás sea porque el piel roja es un salvaje y no comprende nada.

No existe un lugar tranquilo en las ciudades del hombre blanco, ni hay sitio donde escuchar cómo se abren las hojas de los árboles en primavera o como aletean los insectos. Pero quizá también esto debe ser porque soy un salvaje que no comprende nada. El ruido parece insultar nuestros oídos. Y, después de todo, ¿Para qué sirve la vida, si el hombre no puede escuchar el grito solitario del chotacabras ni las discusiones nocturnas de las ranas al borde de un estanque? Soy un piel roja y nada entiendo. Nosotros preferimos el suave susurro del viento sobre la superficie de un estanque, así como el olor de ese mismo viento purificado por la lluvia del mediodía o perfumado con aromas de pinos. El aire tiene un valor inestimable para el piel roja, ya que todos los seres comparten un mismo aliento - la bestia, el árbol, el hombre, todos respiramos el mismo aire. El hombre blanco no parece consciente del aire que respira; como un moribundo que agoniza durante muchos días es insensible al hedor. Pero si les vendemos nuestras tierras deben recordar que el aire no es inestimable, que el aire comparte su espíritu con la vida que sostiene. El viento que dio a nuestros abuelos el primer soplo de vida, también recibe sus últimos suspiros. Y si les vendemos nuestras tierras, ustedes deben conservarlas como cosa aparte y sagrada, como un lugar donde hasta el hombre blanco pueda saborear el viento perfumado por las flores de las praderas. Por ello consideraremos su oferta de comprar nuestras tierras. Si decidimos aceptarla, yo pondré una condición: El hombre blanco debe tratar a los animales de esta tierra como a sus hermanos.

Soy un salvaje y no comprendo otro modo de vida. He visto a miles de búfalos pudriéndose en las praderas, muertos a tiros por el hombre blanco desde un tren en marcha. Soy un salvaje y no comprendo como una maquina humeante puede importar más que el búfalo al que nosotros matamos solo para sobrevivir. 

¿Qué seria del hombre sin los animales? Si todos fueran exterminados, el hombre también moriría de una gran soledad espiritual; Porque lo que le sucede a los animales también le sucederá al hombre. Todo va enlazado.

Deben enseñarles a sus hijos que el suelo que pisan son las cenizas de nuestros abuelos. Inculquen a sus hijos que la tierra esta enriquecida con las vidas de nuestros semejantes a fin de que sepan respetarla. Enseñen a sus hijos que nosotros hemos enseñado a los nuestros que la tierra es nuestra madre. Todo lo que le ocurra a la tierra le ocurriría a los hijos de la tierra. Si los hombres escupen en el suelo, se escupen a sí mismos. 
Esto sabemos: la tierra no pertenece al hombre; el hombre pertenece a la tierra. Esto sabemos. Todo va enlazado, como la sangre que une a una familia. Todo va enlazado.
Todo lo que le ocurra a la tierra, les ocurrirá a los hijos de la tierra. El hombre no tejió la trama de la vida; él es solo un hilo. Lo que hace con la trama se lo hace a sí mismo. Ni siquiera el hombre blanco, cuyo Dios pasea y habla con el de amigo a amigo, queda exento del destino común. 
Después de todo, quizás seamos hermanos. Ya veremos. Sabemos una cosa que quizá el hombre blanco descubra un día: nuestro Dios es el mismo Dios. Ustedes pueden pensar ahora que Él les pertenece lo mismo que desea que nuestras tierras les pertenezcan; pero no es así. Él es el Dios de los hombres y su compasión se comparte por igual entre el piel roja y el hombre blanco. Esta tierra tiene un valor inestimable para El y si se daña se provocaría la ira del creador. También los blancos se extinguirán, quizás antes que las demás tribus. Contaminan sus lechos y una noche perecerán ahogados en sus propios residuos. Pero ustedes caminaran hacia su destrucción, rodeados de gloria, inspirados por la fuerza de Dios que los trajo a esta tierra y que por algún designio especial les dio dominio sobre ella y sobre el piel roja. Ese destino es un misterio para nosotros, pues no entendemos por qué se exterminan los búfalos, se doman los caballos salvajes, se saturan los rincones secretos de los bosques con el aliento de tantos hombres y se atiborra el paisaje de las exuberantes colinas con cables parlantes.. ¿Dónde está el matorral? Destruido. ¿Dónde está el águila? Desapareció. Termina la vida y empieza la supervivencia."

Video:

 

sábado, 24 de enero de 2015

El legado de Miguel Bakunin


Sería presuntuoso creer que es posible sintetizar todas las ideas de Bakunin en su fase decididamente anarquista y sindicalista entre 1867 y su muerte en 1876. Tampoco se pueden arrinconar algunas tendencias previas, como su rechazo del reformismo, representado por su amigo Alexander Herzen. Desde su juventud, hervían en la mente de Bakunin múltiples proyectos, sostenidos por una enorme vitalidad.
Por eso, sería una superchería reducir su pensamiento a Dios y el Estado (compuesto por Eliseo Reclus con extractos del Imperio Knutogermánico) e ignorar sus artículos en la prensa obrera.
El análisis del poder
Demostró Noam Chomsky, refiriéndose a los enfoques de Bakunin, en 1977 enLos intelectuales y el Estado (1), cómo sigue teniendo validez la denuncia del papel de los autoproclamados tutores del pueblo. Chomsky insistía en las anticipaciones de Bakunin: “como minoría sabía que pretende expresar la voluntad del pueblo” gobernará “la ficción de esa pretendida representación del pueblo” que servirá a ocultar “el hecho real de la administración de las masas populares por un puñado insignificante de privilegiados elegidos o no (2)   […] el “pueblo soberano” será sometido “a la minoría intelectual que lo gobierna, que pretende representarlo y que infaliblemente le explota (3)”. “Al pueblo -escribía también Bakunin-, no le será mejor en absoluto si el palo que le pega lleva el nombre del palo del pueblo" (4).
Y efectivamente al alcanzar el poder en la democracia cloacal de los países europeos o latinoamericanos, los supuestos heraldos de la izquierda, las direcciones de los partidos socialistas defienden políticas neoliberales en nombre de un futuro -e invisible- auge económico que nos beneficiaría a todos.
Es justamente lo que denunciaba Bakunin: con vista a un cambio social o una alianza un signo infalible por el cual los obreros pueden reconocer a un falso socialista, a un socialista burgués [es el siguiente:] Si en lugar de hablar de revolución o si se quiere de transformación social, él les dice que la transformación política debe preceder la transformación económica […] que el obrero le dé la espalda   pues o es un tonto, o un hipócrita explotador. (5)
La clave de su análisis, la presentaba el mismo Miguel Bakunin en una carta al militante castellano de la Internacional Anselmo Lorenzo:
Enemigo convencido del Estado y de todas las instituciones económicas como políticas, jurídicas y religiosas del Estado; enemigo en general de todo lo que en el lenguaje de la gente doctrinaria se denomina la tutela benefactora ejercida bajo cualquier forma, por las minorías inteligentes, y naturalmente desinteresadas, sobre las masas; convencido que la emancipación económica del proletariado, la gran libertad, la libertad real de los individuos y de las masas […] es incompatible con la existencia del Estado o cualquier otra forma de organización autoritaria, inicié desde el año 1868, época de mi ingreso en la Internacional, en Ginebra, una cruzada contra el mismo principio de autoridad, y empecé a predicar en público la abolición de los Estados, la abolición de todos los gobiernos, de cuanto se llama dominación, tutela, poder, incluida desde luego la supuesta revolucionaria y provisional, que los jacobinos de la Internacional, discípulos o no discípulos de Marx nos recomiendan como un medio de transición absolutamente necesario, eso pretenden, para consolidar y organizar la victoria del proletariado (6).
Las oposiciones teóricas y personales entre Marx y Bakunin
Es indudable que hubo calumnias ridículas entre ambas individualidades, un teórico y un hombre de acción, que no llegaron nunca a aunar sus cualidades. Si Bakunin fue virulento (7), Carlos Marx y Federico Engels fueron discreta y duraderamente persistentes (ver la nota 9).
Un diálogo indirecto que entabló Carlos Marx con Miguel Bakunin en 1875 (8) es muy revelador y he elegido lo que concierne para mí el mayor escollo y la diferencia abismal entre ambos. Es una clara definición de lo que ya se denominaba en aquella época el socialismo autoritario y el socialismo libertario.
[Bakunin sobre un gobierno popular y revolucionario] gobierno de la inmensa mayoría de las masas del pueblo por la minoría privilegiada. Pero esa minoría, nos dicen los marxistas
[Marx] ¿Dónde? estará compuesta, de trabajadores. Sí, de antiguos trabajadores, quizás, pero que en cuanto se conviertan en gobernantes o representantes del pueblo cesarán de ser trabajadores [Marx] Ni más ni menos que hoy un fabricante deja de ser capitalista porque le hagan concejal de su ayuntamiento.
[Bakunin] y considerarán el mundo trabajador desde su altura estatista; no representarán ya desde entonces al pueblo, sino a sí mismos y a sus pretensiones de querer gobernar al pueblo. El que quiera dudarlo no sabe nada de la naturaleza humana.
[Marx] Si el señor Bakunin conociese, por lo menos, la posición que ocupa el gerente de una cooperativa obrera, se irían al diablo todas sus fantasías sobre la dominación. Hubiera debido preguntarse: ¿Qué forma pueden asumir las funciones administrativas, sobre la base de un Estado obrero? (si le place llamarlo así).
En estos dos comentarios Carlos Marx pregonaba su prepotencia respecto al problema del ansia de agarrar el poder y de conservarlo dentro del movimiento socialista en general. Indudablemente, Marx no la podía aceptar puesto que él mismo estaba obsesionado por calumniar a quienes le hacían sombra (Pierre-Joseph Proudhon y luego Ferdinand Lasalle).
Por eso, Marx dejó de lado este aserto de Bakunin (que sigue la frase que termina con no sabe nada de la naturaleza humana):
Pero esos elegidos serán convencidos ardientes y además socialistas científicos. Esta palabra “socialistas científicos”, que se encuentra incesantemente en las obras y discursos de los lassallianos y de los marxistas, prueban por sí mismas que el llamado Estado del pueblo no será más que una administración bastante despótica de las masas del pueblo por una aristocracia nueva y muy poco numerosa de los verdaderos y pseudosabios.
Aquella imperdonable ceguera intelectual explica la incapacidad de Marx de representarse cómo iban a evolucionar los futuros Estados socialistas, cuando Bakunin no paraba de afirmar, de anticipar lo que pasaría con la URSS u hoy Corea del Norte.
Marx llegó a justificar enteramente su visión del socialismo como organización vertical:
[Bakunin] la libertad o la anarquía,
[Marx] el señor Bakunin no ha hecho más que traducir la anarquía de Proudhon y de
Stirner al tosco idioma tártaro9
[Bakunin] es decir, la organización libre de las masas laboriosas de abajo arriba
[Marx] ¡Qué majadería!
Si para Carlos Marx cuando los trabajadores se organizan libremente desde abajo es una majadería, eso significa no sólo el colmo del desprecio hacia el proletariado, sino que se le debe imponer una organización desde fuera, sin que la pueda controlar.
Las herramientas que nos dejó Bakunin
Bakunin denunció repetidamente el peligro de una transición presentada por los enemigos del poder del pueblo. Pero eso no significa que Bakunin tuviera la ingenuidad de imaginar el paso sin transición de la sociedad capitalista a la autogestión multitudinaria.
En una serie de artículos de Bakunin, La instrucción integral (10), en un periódico obrero en 1869 se lee: Es posible e incluso muy probable que en la época de transición más o menos larga que sucederá naturalmente a la gran crisis social, las ciencias más elevadas caigan considerablemente por debajo del nivel actual.
Nunca pidió Bakunin una limpieza social de supuestos elementos “burgueses”, como lo llevó a cabo el marxismo de Lenin:
El socialismo hará una guerra inexorable a las “posiciones sociales”, no a los hombres. Una vez destruidas y quebradas esas posiciones, desarmados y privados de todos los medios de acción, los hombres que las ocuparon se volverán inofensivos y mucho menos poderosos, lo afirmo, que el más ignorante obrero, porque su potencia actual no radica en sí mismos, en su valor intrínseco, sino en su riqueza y en el apoyo del Estado (11).
Tampoco cayó Bakunin en el mito del Hombre Nuevo (que haya seres más buenos en una sociedad sin explotación es cierto, pero me parece dudoso que muchos sean impecables).
Los mejores hombres son fácilmente corruptibles, sobre todo cuando el mismo medio provoca la corrupción de los individuos por la ausencia de control serio y de oposición permanente (12).
La evidente deducción es seguir aplicando la rotación de las tareas para formar compañeros y evitar que los mismos individuos se aferren a los mismos puestos. Y el control desde la base, y hasta la revocación, son factores imprescindibles.
Bakunin creó un gran número de sociedades secretas con un propósito muy claro y una práctica sin rigidez castrense:
Este programa se puede formular claramente en algunas palabras: liquidación total del mundo estatal y jurídico y de la llamada civilización burguesa por una revolución popular espontánea, invisiblemente dirigido de ninguna manera por una dictadura oficial, sino por la dictadura anónima y colectiva de los amigos de la emancipación completa del pueblo de cualquier yugo, sólidamente aunados en una asociación secreta y actuando siempre y por todas partes con un único objetivo y un programa único. […]
Sinceridad absoluta entre los miembros. Exclusión de todo jesuitismo en las relaciones, la desconfianza ruin, el control pérfido, el espionaje y las delaciones recíprocas, ausencia y prohibición terminante de rumores e indirectas. Cuando un afiliado tiene algo que reprochar a otro, debe hacerlo en la asamblea general y en su presencia. Control fraterno colectivo de cada uno por todos, control en ningún caso molesto, mezquino y sobre todo malévolo, el cual debe sustituir su sistema de control jesuítico, y debe hacerse con la educación moral, con el pilar de la fuerza de cada miembro, con la base de la confianza fraterna mutua, en la que se fundará toda la fuerza interior y por tanto exterior de la asociación; (13)
Si Bakunin predicó siempre la revolución, lo hizo con sensatez porque las revoluciones no se improvisan. No las hacen arbitrariamente ni los individuos ni aun las poderosas asociaciones. Independientemente de toda voluntad y de toda conspiración, son llevadas siempre por la fuerza de los acontecimientos. Se las puede prever, algunas veces presentir su aproximación pero jamás acelerar la explosión (14).
Las recientes explosiones antiautoritarias en algunos países árabes, si bien han quedado muy quebradas, demuestran la validez del juicio de Bakunin.
Bakunin, como todos los socialistas autoritarios y libertarios del siglo XIX, consideraba próximo el estallido revolucionario. Un año antes de su muerte, y ya muy debilitado por la vejez, acentuada por casi siete años de régimen carcelario severo, Bakunin anunció un periodo de 50 años de apatía de las luchas sociales, o sea hasta 1920-1925. Y el surgir espontáneo de los soviets revolucionarios rusos (sin la acción de ningún partido político) en febrero de 1917 demostró la justeza del análisis.
Las dejaciones de los ex movimientos de izquierda, las apariciones y desapariciones de movimientos de base, pero su presencia latente o persistente, son las únicas fuerzas capaces de resistir las presiones neoliberales. Bakunin, en su tiempo, emitía este juicio: […] el mundo obrero permanece todavía ignorante de una teoría que le falta aún completamente. Así no le queda más que una sola vía, la de su emancipación por la práctica. ¿Cuál puede y debe ser esta práctica? No hay más que una. Es la de la lucha solidaria de los obreros contra los patrones y su carácter fundamental: la organización y la federación de los sindicatos de resistencia (15).
Ahora que vamos abriendo caminos al andar, desde el pie, Bakunin nos puede ayudar a tomar en cuenta aspectos que no sospechamos. Sus reflexiones sobre las experiencias que vivió intensamente no nos dejan indiferentes, puesto que estamos frente a obstáculos en parte similares.
Notas
1 Chomsky  Los intelectuales y el Estado (http://www.fondation- besnard.org/article.php3?id_article=693) pp. 15-17.
2 Bakunin Estatismo y Anarquía [1873], Buenos Aires, 2004, p. 162; Madrid, 1986, pp. 211-212 [corregido con el texto ruso].
3 Ídem, o. c., p. 18; p. 66.
4 Ibídem, o. c., p. 31; o. c. , p. 79.
5 Bakunin. Crítica y acción, Buenos Aires, Libros de Anarres, 2006, [1869], pp. 95-96.
6     Bakunin   carta   a   Anselmo   Lorenzo,   10   de   mayo   de   1872   [http://www.fondation- besnard.org/spip.php?article794].
7 entre las acusaciones dirigidas por Bakounine contra Marx descuella como motivo especial de odio las circunstancias de que Marx era judío. Esto, que contrariaba nuestros principios, que imponen la fraternidad sin distinción de razas ni de creencias, me produjo desastroso efecto, y dispuesto a decir la verdad, consigno esto a pesar del respeto y de la consideración que por muchos títulos merece la memoria de Bakounine. Lorenzo Anselmo El Proletariado militante, Madrid, 2005, p. 204.
8 Marx Carlos “Acotaciones al libro de Bakunin “El Estado y la Anarquía” [Estatismo y anarquía, 1873] en Marx Engels Lenin Acerca del anarquismo y el anarcosindicalismo, Moscú, s. d. [1973], p. 136. Las citas de Bakunin corresponden a las páginas 210-211 de la edición de Buenos Aires, 2004.
9 Cuando Marx alude al tosco idioma tártaro designa el ruso, o sea Marx expresa una doble xenofobia: hacia los tártaros y hacia los rusos. Engels había escrito, sin que Marx le contradijera, ¿Y acusará Bakunin a los norteamericanos haber hecho una "guerra de conquista", que, si bien asesta un duro golpe a su teoría basada en la "justicia y la humanidad", fue sin embargo llevada a cabo total y únicamente por el bien de la civilización? ¿O será una desgracia que la espléndida California haya sido arrebatada a los perezosos mexicanos que no podían hacer nada en ella? Neue Rheinische Zeitung enero-febrero 1849.http://www.marxists.org/archive/marx/works/1849/02/15.htm; en inglés y no en castellano en el sitio citado.
11 Ibídem, (CAI, p. 302) p. 41.
12 Bakunin. Crítica y acción, Buenos Aires, Libros de Anarres, 2006, p. 41 [1871]. 128 p.
14 Bakunin. Crítica y acción, o. c., p. 69.
15 Idem, p. 70.

Frank Mintz, 31.08.2014. Publicado en la revista El Solidario, N° 18, 2015, Madrid, pp. 6-9


lunes, 19 de enero de 2015

La experiencia anarquista: Colectivizaciones en España (1936-1937)

RESUMENUn contexto de guerra y destrucción nos revela, en su más íntima existencia, una obra magnífica de construcción. El anarquismo español ha desarrollado, en medio de una cruenta Guerra Civil (1936-1939), un admirable proceso de Revolución: la colectivización agraria e industrial.
Si hubo un momento y un lugar en la Historia, en que el anarquismo se manifestó más allá de toda utopía, de todo sueño, fue en los primeros meses de la Guerra Civil en España (julio de 1936-agosto de 1937). Como ensayo fraccionado y condicionado por las circunstancias, no obstante las colectividades industriales y agrarias de la España republicana fueron la concretización efectiva de un pensamiento ideal que fue muchas veces subestimado por los políticos contemporáneos. La mayor parte de la obra colectivizadora española fue precedida por proyectos anteriores a la guerra que difundieron los anarcosindicalistas y anarquistas de la CNT (Confederación Nacional del Trabajo) y la FAI (Federación Anarquista Ibérica). Una premisa fundamental que posibilitó el trabajo anarquista durante el penoso fratricidio español, fue el lema “La Revolución y la Guerra son inseparables”, que se anteponía a la “misión” del gobierno republicano de “Primero ganar la guerra.” Las fricciones a este y otros respectos entre los anarquistas y el resto de los republicanos, marcaron un tanto más en el fracaso gubernamental por el control de la situación española. Pero también se inició con estas colectivizaciones la decadencia definitiva de la CNT-FAI, tras su aceptación del principio “Primero ganar la guerra” y la entrada al gobierno de importantes dirigentes que otrora se manifestaran intransigentes con todo Estado. La faísta Federica Montseny –que llegó a ocupar el Ministerio de Sanidad y Asistencia Social en la segunda etapa del gobierno de Francisco Largo Caballero– confesaría este error lamentando la decisión de su movimiento (“ojalá no hubiéramos intervenido y no nos hubiéramos encontrado, histórica e ideológicamente, deshonrados”[1]) pero reconociendo que no quedaba otra opción en las circunstancias en que se desarrollaba la guerra. En cualquier caso, las colectividades anarquistas fueron obra más de los trabajadores ordinarios que de los propios dirigentes (éstos, como bien lo indica el presente sustantivo, sólo se encargaron de guiar y dirigir la euforia revolucionaria popular que estaba espontáneamente enfocada a derribar las barreras de la desigualdad social y de la explotación burguesa). Y fue el contexto bélico el que permitió el surgimiento de las colectividades, así como fue posteriormente este mismo contexto el que, presionando sobre la producción alimenticia, limitaría sus posibilidades económicas. No obstante, la caída final de las colectividades anarquistas no se debió a eventuales fallas en el sistema federativo comunal, sino a la intervención gubernamental y, sobre todo, a la guerra que enfrentó, dentro del mismo bando republicano, a los anarquistas y el POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista), por un lado, con los comunistas y el gobierno, por el otro. (Como sabemos, el POUM era antiestalinista, lo cual lo enfrentaba con el Partido Comunista Español y sus simpatías regionales.)
La colectivización anarquista se dio en varias regiones de España, con distintas organizaciones y diversos resultados. En Aragón, Levante y Castilla encontramos el mayor número de colectividades agrarias –450, 350 y 300, respectivamente y en aproximación–; en Cataluña, la colectivización fue más bien urbana.
Sin dudas, los casos más notables de colectivización son Aragón –en lo que refiere al campo– y Cataluña –esencialmente en lo urbano. Trataremos de resumir el trabajo de los campesinos y obreros anarquistas centrándonos en una colectividad tipo de Aragón y en la colectivización de industrias de Barcelona.
COLECTIVIZACIÓN EN ARAGÓN: “LA TIERRA A LOS CAMPESINOS”
En Aragón, durante el movimiento de sublevación, las tres capitales (Zaragoza, Teruel, Huesca) fueron dominadas por los nacionales, pero no así la mayor parte de los pueblos y ciudades, que quedaron bajo la influencia anarcosindicalista. Las colectividades, que se comenzaron a formar apenas iniciada la resistencia y gracias a la labor defensiva militar de las fuerzas del cenetista Buenaventura Durruti, llegaron a agrupar en total a aproximados
430.000 campesinos. Por lo general, cada colectividad se demarcaba en los límites de los propios pueblos, lo que permitía mantener las relaciones vecinales tradicionales. A su vez, se había establecido, en octubre de 1936, la creación de un órgano de control regional, el Consejo de Defensa de Aragón, situado en Fraga y presidido por el cenetista Joaquín Ascaso, en cuya presentación se subrayó su carácter económico, social, político y militar basado en la “voluntad, espíritu y aspiraciones del pueblo aragonés” (su misión era establecer un “estatuto modelo” para todas las colectividades de la región[2]). Este Consejo sería legitimado desde el gobierno central en diciembre, al tiempo que su sede se trasladara a Caspe, pero entrarían a formar parte de él dirigentes socialistas, comunistas y republicanos, con lo cual el gobierno y el comunismo iniciarían su intervención anticolectivista en Aragón hasta acabar con el Consejo y las colectividades en agosto de 1937.
Desde los inicios, la colectivización en Aragón fue bien vista por unos y mal vista por otros. En algunos pueblos (como Calanda y Alcañiz), la aceptación del comunismo libertario fue total; pero, en muchos otros, la población se dividió en “colectivistas” (siempre mayoría) e “individualistas”, y no faltaron quienes, al cabo de un tiempo en la colectividad, desertaron y reclamaron sus propiedades individuales. Hay quienes afirman que los individualistas eran forzados a aceptar la colectivización y que, además de ser despojados de sus bienes y tierras, solían ser acusados, por el Consejo de Defensa, de “fascistas” para ser luego ejecutados por las fuerzas policiales cenetistas. Pero estas imputaciones formaban parte, más bien, del accionar propagandístico del Partido Comunista Español y del gobierno, quienes tenían la meta política de aniquilar al único consejo regional autónomo de la República, el Consejo de Aragón.
Sabemos con seguridad que, en un mismo pueblo, convivían sin mayores dificultades “colectivistas” e “individualistas”, y que cuando un campesino de la colectividad deseaba retornar a la producción privada, podía hacerlo sin temer a las “acusaciones” y “torturas” de que hablara el periódico comunista “Frente Rojo.” Por otro lado, sí es cierto que las eufóricas expropiaciones de grandes propiedades en las que el propietario legal se negaba a ceder “por las buenas” a las demandas populares y al movimiento revolucionario colectivista, concluían en violentas acciones y en acusaciones de “fascismo” o “nacionalismo” que quizás no eran fundadas; pero lo común era el respeto al individualista siempre y cuando éste no empleara en sus tierras a trabajadores asalariados. Debido a las dificultades que presentaba para un propietario trabajar por sí solo la tierra, muchos hombres que defendían la propiedad privada terminaron ingresando en las colectividades.
La descripción básica de una colectividad agraria anarquista del tipo que existió en Aragón, sería como sigue: la tierra se divide en sectores que son trabajados por cuadrillas. Cada trabajador es elegido para el puesto que mejor se acomoda a sus capacidades. Las existencias y herramientas para la producción pasan a ser, como la tierra, patrimonio de todos los hombres. Las cuadrillas son organizadas por delegados competentes, que son, a su vez, trabajadores de igual índole que el resto y que no gozan de beneficios extra (y que son elegidos por asambleas generales que se ocupan, además, de determinadas decisiones de interés colectivo). Lo mismo sucede con las fábricas y tiendas, en que los antiguos propietarios que aceptan colectivizar, se convierten en guías y directores, pero perdiendo su sobrebeneficio privado y equiparándose al nivel de los obreros rurales.
El comercio entre pueblos, provincias y regiones no está ausente en el orden colectivista; pero la política monetaria de Aragón dificulta el intercambio: el dinero es en su mayor parte reemplazado por vales que reciben las familias (y que, en casos, terminan siendo confeccionados en unidades de peseta, como un salario normal pero uniforme: “25 pesetas por semana para un productor aislado, 35 para una pareja con un solo trabajador,
4 pesetas de más por cada niño dependiente”[3]; aunque estas cifras varían de pueblo en pueblo) y que son cambiados por productos en las tiendas de la colectividad, enfrentándose al problema del intercambio fuera de zonas colectivizadas (de esto se encarga, pues, un delegado de intercambio, quien utiliza, inevitablemente, dinero español). Las iglesias son convertidas en almacenes, talleres y escuelas (existen muchos casos de violencia desmedida contra sacerdotes y templos). El racionamiento igualitario no deja afuera a maestros y médicos, quienes, como todos, reciben el abastecimiento acordado. En casos, se permite el mantenimiento de granjas privadas para la domesticación de animales. En definitiva, nadie dentro de la colectividad se queda sin alimento. Los servicios como la electricidad, el transporte y la asistencia médica forman parte, también, de la colectivización, y ni los individualistas deben pagar por ellos. A su vez, el Consejo no recauda ni paga al gobierno central impuestos.
La producción agrícola parece haber incrementado con la colectivización en la mayoría de los pueblos aragoneses; una publicación del Ministerio de Agricultura, dada a conocer hacia mediados de 1937, nos demuestra que la producción total de trigo en Aragón aumentó en 270.001 toneladas desde el inicio de las colectivizaciones (sin duda, fue de gran importancia para este logro anarquista, la innovación en cuanto a racionalización de los procesos productivos y en materia de mejoras técnicas e importación de maquinaria). Aquellas colectividades que obtenían ganancias, las derivaban a colectividades con menor suerte.
En definitiva, como afirmara el quizás demasiado optimista Agustín Souchy, “la colectividad es una gran familia que vela por todos.”[4]   Y, como críticamente estimara el historiador inglés Hugh Thomas, estas colectividades “no merecieron ni el desprecio de los comunistas ni la brutalidad de los nacionalistas”[5]; pero así fue. Un interés gubernamental de control total, una concepción   ambigua del comunismo que proclamaba la “revolución burguesa” por sobre la colectivización, y la estocada final del nacionalismo español, fueron los verdugos de una apenas incipiente sociedad en vías de perfeccionamiento que, quizás, de haber perdurado, hubiera significado un distinto modo de vida para toda España, o, quizás, sólo el fracaso reconocido de una exquisita utopía.
AUTOGESTIÓN INDUSTRIAL EN BARCELONA: UNA CIUDAD PROLETARIA
Barcelona, el mejor ejemplo de colectivización urbana, fue sólo parte – aunque importantísima– de un amplio proceso de incautación de empresas que afectó al 70% de las empresas de toda Cataluña. Debido al enorme peso que tenía el anarquismo en la región, la sublevación nacionalista de julio de
1936 fue aplacada, sobre todo, por las enfervorizadas fuerzas anarquistas. Exitosa la defensa de Barcelona, el 21 de julio se fundó el Comité de Milicias Antifascistas, organismo integrado por representantes de los partidos antinacionalistas de Barcelona que tenía la función de dirigir a las incipientes milicias que lucharían contra los nacionales, y de encauzar y organizar la revolución que llevaría a la colectivización (a la autogestión) industrial. La CNT y la FAI eran los movimientos mejor representados en el Comité – también se contaban en él hombres de la UGT (Unión General de Trabajadores), la Esquerra Republicana, el PSUC (Partido Socialista Unificado de Cataluña), Acció Catalana, Unió de Rabassaires y el POUM. Este Comité se convertiría automáticamente en el “gobierno efectivo” de Barcelona y de Cataluña, actuando en alianza con la Generalitat que presidía Lluís Companys, pero imponiéndose a ésta y a los mandatos regionales del gobierno central. En otras palabras, la CNT-FAI tenía el control de Cataluña, y por medio del Comité de Milicias Antifascistas se encargaría de llevar a cabo la revolución en la industria y la vida social catalanas. Finalmente, luego de tantos años de reclamos, los obreros no respondían a un patrón burgués; era ahora el comité obrero el que controlaba la producción y la distribución.
Diego Abad de Santillán[6], faísta miembro del Comité revolucionario, explica:   “Publicamos un bando   a la población dando   las primeras indicaciones de la conducta a seguir. Creamos un servicio de patrullas para cuidar del nuevo orden revolucionario; constituimos un comité especial de abastos para que atendiese en lo posible a las necesidades más urgentes de la situación creada.”[7]
El 2 de agosto de 1936, el gobierno central aprobó las incautaciones de tierras, fábricas, casas y hoteles que habían venido ejecutando   los anarquistas. Pero este furor antiburgués se había convertido ya en una violenta campaña de crimen y destrucción: muchos de los grandes propierarios fueron sin más fusilados, un sinnúmero de bienes fueron robados por el mero interés y la ambición individual, casi todas las iglesias barcelonesas fueron incendiadas, y muchos sacerdotes fueron salvajemente asesinados... Fue tal el vandalismo de unos cuantos obreros y campesinos desaforados, que la CNT-FAI se dedicó   a reprobar estos crímenes acusándolos de “violencia   ilegal”, y considerando a sus ejecutores “elementos amorales que roban y asesinan profesionalmente.”[8] Ciertamente, muchos de estos vándalos eran criminales salidos recientemente de las cárceles, que habían ingresado a un color político aun sin tener ideología. No obstante, se han contado también casos de comunistas que cometían brutales torturas y asesinatos revestidos de anarquistas, para culpar a éstos de los crímenes.
Según se contabiliza, había en la ciudad de Barcelona 350.000 anarquistas. Bajo el control ejecutivo del Comité de Milicias Antifascistas, gran cantidad de industrias y servicios públicos pasaron a ser dirigidos por la CNT, cuyos delegados solían reunirse en las grandes residencias confiscadas. A través del organismo de patrullas de control, el orden colectivista se impuso en la ciudad (las “patrullas de control” parecen haber sido un núcleo de terrorismo anarquista). La colectivización se desarrolló, primeramente, en los servicios públicos (transporte, agua, electricidad, gas, teléfono, asistencia médica) y los comercios. También en cines, teatros, bares, hoteles. La distribución de alimentos fue garantizada de forma colectiva. Las industrias (textil, maderera, metalúrgica, naviera, pesquera) pasaron a ser controladas por el propio proletariado a través de los comités locales de obreros, cuyos miembros eran elegidos por asambleas generales, y seguían, generalmente, las instrucciones de un ingeniero especializado; pero pronto, estos comités se convertirían en nuevos “dueños” de las empresas. Diego Abad de Santillán hace su autocrítica: “En lugar del antiguo propietario, hemos puesto a media docena de nuevos patronos que consideran la fábrica o los medios de transporte por ellos controlados como su propiedad personal, con el inconveniente de que no siempre saben organizarse tan bien como el antiguo dueño.”[9] Las industrias se basaban en una política federativa, por lo cual los comités de empresas solían juntar delegados que discutían los asuntos de interés global.
Los salarios en las empresas siguieron siendo individuales (más elevados que antes, siendo uniformes o jerárquicos, según el caso), y las fábricas debían autofinanciarse para continuar su existencia (cuando escaseó el efectivo para el financiamiento, los gobiernos regional y central no accedieron a ayudar al comité anarquista, siendo ésta una de las principales causas de la subsiguiente integración de los anarquistas en el gobierno, no quedándoles más remedio). Pronto, las industrias de guerra hicieron su aparición, controladas en su mayor parte por la Generalitat, que así comenzaba a intervenir en la Barcelona proletaria. Finalmente, tras la entrada de elementos anarquistas en la Generalitat (27 de septiembre) y la consecuente disolución del Comité de Milicias Antifascistas (1 de octubre), el gobierno catalán decretó la legitimidad de las colectivizaciones llevadas a cabo por la CNT-FAI (24 de octubre). Así, el gobierno se aseguraba el control de la situación catalana, y la CNT iniciaba su declive. Hugh Thomas describe las nuevas disposiciones acordadas entre la Generalitat y los anarquistas: “Mientras que las grandes empresas (o sea, las que empleaban a más de cien trbajadores) y aquellas cuyos propietarios eran «fascistas» serían colectivizadas sin indemnización, las plantas que empleaban de cincuenta hasta cien trabajadores (que en Barcelona de hecho eran la mayoría) sólo serían colectivizadas a petición de las tres cuartas partes de sus trabajadores. Las empresas con número inferior a cincuenta trabajadores sólo podrían ser colectivizadas a petición de su dueño, salvo las destinadas a la producción de materiales relacionados con la guerra. La Generalitat tendría un representante en el consejo de administración de cada fábrica y, en las grandes empresas colectivizadas, designaría al presidente del consejo. La gestión de toda empresa colectivizada correría a cargo de un consejo elegido por los trabajadores, con un mandato de dos años. Y las que estuvieran dedicadas a un mismo sector de producción vendrían coordinadas por uno de los 14 consejos industriales, quienes podrían intervenir, si fuera necesario, en las empresas privadas, a fin de «armonizar la producción».”[10]   Hallamos tres tipos de orden en las industrias “revolucionadas” de Barcelona: las empresas cuyos propietarios permanecían al frente de la misma, asesorando con sus conocimientos, pero siendo un comité obrero el que ejercía el control efectivo; las empresas cuyos propietarios, rechazando la colectivización, eran directamente expulsados y el comité obrero tomaba el mando; y las empresas “socializadas”, esto es, reagrupadas por rama productiva y organizadas en conjunto por un comité obrero. La economía catalana estaba ahora íntegramente colectivizada, pero la producción industrial sufrió igualmente una considerable caída, producto de la escasez de demanda y de materias primas a que la sometía el conflicto bélico y la desconexión con la España dominada por los nacionales.
Concluyendo con el período revolucionario, quizás muy cuestionable en sus logros pero enfocado como ninguno a la equiparación social y al fin de la explotación burguesa, en los albores de 1937, el PSUC y el gobierno catalán atacaron duramente a los comités anarquistas. No tardó en desatarse en mayo una nueva guerra civil: anarquistas y poumistas –que defendían la colectivización industrial y reivindicaban el control obrero– frente a comunistas y republicanos –que impulsaban la industria bélica como meta primera y garantizaban la devolución de las propiedades a los pequeños burgueses. Barcelona se bañó en sangre: 500 muertos y 1.000 heridos. La intervención del gobierno central para “llevar el orden” a Barcelona, concluyó en la “normalización” de la situación. Los anarquistas habían visto reducida su influencia en la política y la industria barcelonesas, y los comunistas habían llegado a la cima del control republicano. Cataluña había perdido su autonomía y, tras la dimisión de Francisco Largo Caballero y el nombramiento de Juan Negrín como jefe del gobierno central (17 de mayo), la FAI denunciaría la “victoria del bloque burgués-comunista”; en adelante, los comunistas serían “los más y los mejores.”[11]   La represión de las colectividades se iría agravando, y las purgas al estilo soviético se cobrarían las vidas de muchos anarquistas, poumistas e, incluso, republicanos. La CNT había renunciado a toda participación gubernamental, pero ya no había espacios para la lucha revolucionaria. La colectivización catalana anarquista había llegado a su fin.
Augusto Gayubas


jueves, 15 de enero de 2015

L@S ANARQUISTAS MOLESTAN...



Los anarquistas son enemigos declarados del Estado y de todas las realizaciones institucionales concretas de las que este se dota para controlar y reprimir. Esta declaración de principio, aun con su carácter abstracto, es uno de las características esenciales del anarquismo y nuca ha sido puesta en duda.
El Estado sabe perfectamente que los anarquistas son sus irreductibles enemigos, los que, con más o menos eficacia, lo combatirán hasta el final.
Pero sabe también que, propiamente por esta posición de total y radical enemistad, los anarquistas no pueden encontrar aliados en su lucha contra el Estado, salvo en la participación espontánea de individuos deseosos de transformar las condiciones de opresión en las cuales vivimos todos.
Lejanos de cualquier juego de poder, diamantes en su cristalina pureza ideal, los anarquistas han representado desde siempre la espina clavada de todo Estado, desde el despótico al democrático, de aquí la particular atención que los órganos de policía de cualquier tipo han mantenido sobre ellos.
Y ya que policía y magistratura saben bien que los anarquistas, aunque extraños a toda búsqueda de alianzas políticas, logran encender las simpatías de los que no se han vendido definitivamente, y ahí los tienes con todos los medios para tratar de implicarles en acciones que a menudo no pueden ser obra de ellos, no tanto por motivos de hecho sino por elección de fondo, por motivación de principio.
Los anarquistas están al lado de quien sufre la opresión a menudo sin saber como reaccionar, y esto lo saben todos. Su cercanía es a veces ideal, pero otras tantas ofrecen una mano para el ataque contra los intereses de los dominadores. El sabotaje constituye un ejemplo fácil de seguir, especialmente cuando se realiza con medidas simples y por lo tanto resulta al alcance de todos. Esto molesta.
Los anarquistas tienen el olfato afilado para señalar los lugares donde las realizaciones del dominio se muestran a penas visibles, y aquí golpean. Su modo de proceder es fácilmente reconocible porque esta destinado a ser reproducido de la manera más ampliamente posible. No tienen pretensión de señalar corazones sensibles del Estado o de arrogarse la competencia de golpearlos. Esto molesta.
Los anarquistas no aceptan “subvenciones” y/o sustentos, encuentran por si solos los propios medios para su lucha. Normalmente recurriendo a la ayuda de los propios compañeros, con aportaciones o similares. No aman prostituirse. Por eso no poseen el sagrado respeto por la propiedad de los ricos. Cuando alguno de ellos, a título personal, porque así lo ha decidido, llama a la puerta de cualquier banco, si algo va mal esta dispuesto a pagar las consecuencias. Vivir libre tiene sus costes. Esto molesta.
Pero algunas cosas no están dispuestos a hacer. No están dispuestos a asesinar a la gente indiscriminadamente, como hacen los Estados (y los que quieren imitarlos N. del T.) en las guerras y en los periodos de la llamada “paz social”. No aceptarían nunca la idea de una masacre indiscriminada de personas.
De igual manera los anarquistas están contra la cárcel, contra cualquier tipo de cárcel, también la que los secuestradores inflingen a los secuestrados en espera de que se decidan a pagar la suma solicitada como el rescate. Encerrar bajo llave a un ser humano es una práctica envilecedora.
Otra cosa que los anarquistas rechazan es una estructura armada jerárquica, dotada de organigrama, de reglas de funcionamiento, de proyecto político y todo lo demás. Lo que el lenguaje común define como “banda armada” está a años luz de la idea que los anarquistas tienen de la contraposición con el Estado, contraposición que si alguna vez puede ser violenta, y por lo tanto armada, no estará jamás fijada sobre los rígidos cánones que, en definitiva, resultan obtenidos a partir de la imagen a la inversa de la misma estructura que se quiere combatir. (...)

Alfredo María Bonanno


domingo, 11 de enero de 2015

Je ne suis pas Charlie (Yo no soy Charlie)



Parto aclarando antes que nada, que considero una atrocidad el ataque a las oficinas de la revista satírica Charlie Hebdo en París y que no creo que, en ninguna circunstancia, sea justificable convertir a un periodista, por dudosa que sea su calidad profesional, en un objetivo militar. Lo mismo es válido en Francia, como lo es en Colombia o en Palestina. Tampoco me identifico con ningún fundamentalismo, ni cristiano, ni judío, ni musulmán ni tampoco con el bobo-secularismo afrancesado, que erige a la sagrada “République” en una diosa. Hago estas aclaraciones necesarias pues, por más que insistan los gurús de la alta política que en Europa vivimos en una “democracia ejemplar” con “grandes libertades”, sabemos que el Gran Hermano nos vigila y que cualquier discurso que se salga del libreto es castigado duramente. Pero no creo que censurar el ataque en contra de Charlie Hebdo sea sinónimo de celebrar una revista que es, fundamentalmente, un monumento a la intolerancia, al racismo y a la arrogancia colonial.

Miles de personas, comprensiblemente afectadas por este atentado, han circulado mensajes en francés diciendo “Je suis Charlie” (Yo soy Charlie), como si este mensaje fuera el último grito en la defensa de la libertad. Pues bien, yo no soy Charlie. No me identifico con la representación degradante y “caricaturesca” que hace del mundo islámico, en plena época de la llamada “Guerra contra el Terrorismo”, con toda la carga racista y colonialista que esto conlleva. No puedo ver con buena cara esa constante agresión simbólica que tiene como contrapartida una agresión física y real, mediante los bombardeos y ocupaciones militares a países pertenecientes a este horizonte cultural. Tampoco puedo ver con buenos ojos estas caricaturas y sus textos ofensivos, cuando los árabes son uno de los sectores más marginados, empobrecidos y explotados de la sociedad francesa, que han recibido históricamente un trato brutal: no se me olvida que en el metro de París, a comienzos de los ‘60, la policía masacró a palos a 200 argelinos por demandar el fin de la ocupación francesa de su país, que ya había dejado un saldo estimado de un millón de “incivilizados” árabes muertos. No se trata de inocentes caricaturas hechas por libre pensadores, sino que se trata de mensajes, producidos desde los medios de comunicación de masas (si, aunque pose de alternativo Charlie Hebdo pertenece a los medios de masas), cargados de estereotipos y odios, que refuerzan un discurso que entiende a los árabes como bárbaros a los cuales hay que contener, desarraigar, controlar, reprimir, oprimir y exterminar. Mensajes cuyo propósito implícito es justificar las invasiones a países del Oriente Medio así como las múltiples intervenciones y bombardeos que desde Occidente se orquestan en la defensa del nuevo reparto imperial. El actor español Willy Toledo decía, en una declaración polémica -por apenas evidenciar lo obvio-, que “Occidente mata todos los días. Sin ruido”. Y eso es lo que Charlie y su humor negro ocultan bajo la forma de la sátira. No me olvido de la carátula del N°1099 de Charlie Hebdo, en la cual se trivializaba la masacre de más de mil egipcios por una brutal dictadura militar, que tiene el beneplácito de Francia y de EEUU, mediante una portada que dice algo así como “Matanza en Egipto. El Corán es una mierda: no detiene las balas”. La caricatura era la de un hombre musulmán acribillado, mientras trataba de protegerse con el Corán. Habrá a quien le parezca esto gracioso. También, en su época, colonos ingleses en Tierra del Fuego creían que era gracioso posar en fotografías junto a los indígenas que habían "cazado", con amplias sonrisas, carabina en mano, y con el pie encima del cadáver sanguinolento aún caliente. En vez de graciosa, esa caricatura me parece violenta y colonial, un abuso de la tan ficticia como manoseada libertad de prensa occidental. ¿Qué ocurriría si yo hiciera ahora una revista cuya portada tuviera el siguiente lema: “Matanza en París. Charlie Hebdo es una mierda: no detiene las balas” e hiciera una caricatura del fallecido Jean Cabut acribillado con una copia de la revista en sus manos ? Claro que sería un escándalo: la vida de un francés es sagrada. La de un egipcio (o la de un palestino, iraquí, sirio, etc.) es material “humorístico”. Por eso no soy Charlie, pues para mí la vida de cada uno de esos egipcios acribillados es tan sagrada como la de cualquiera de esos caricaturistas hoy asesinados.

Ya sabemos que viene de aquí para allá: habrá discursos de defender la libertad de prensa por parte de los mismos países que en 1999 dieron la bendición al bombardeo de la OTAN, en Belgrado, de la estación de TV pública serbia por llamarla “el ministerio de mentiras”; que callaron cuando Israel bombardeó en Beirut la estación de TV Al-Manar en el 2006; que callan los asesinatos de periodistas críticos colombianos y palestinos. Luego de la hermosa retórica pro-libertad, vendrá la acción liberticida: más macartismo dizque “anti-terrorismo”, más intervenciones coloniales, más restricciones a esas “garantías democráticas” en vías de extinción, y por supuesto, más racismo. Europa se consume en una espiral de odio xenófobo, de islamofobia, de anti-semitismo (los palestinos son semitas, de hecho) y este ambiente se hace cada vez más irrespirable. Los musulmanes ya son los judíos en la Europa del siglo XXI, y los partidos neo-nazis se están haciendo nuevamente respetables 80 años después gracias a este repugnante sentimiento. Por todo esto, pese a la repulsión que me causan los ataques de París, Je ne suis pas Charlie.